lunes 10 de diciembre 2019
Llevo tiempo queriendo ser más consistente con el componente playero y cenestésico de esta práctica. Mi meta es llegar a moverme al menos 30 minutos cada día, preferiblemente en la orilla del mar. Si tengo que sacrificar algo, que sean las palabras. ¿Por qué insisto en esta práctica? Porque me hace bien. Nunca me falla y la orilla es constitucionalmente nuestra, creo. He comprobado a lo largo de estos dos años que es hermosa todos los días, aunque no siempre logro mirarla a los ojos. Hay algo de ese espejo vivo que me ayuda a bregar con la existencia. Se rompen una y otra vez pero nunca paran, vienen en corillo, y no se sabe bien donde empieza una y termina la otra. La continuidad de los elementos propicia la integración. No existe una ola definitiva. Hay algo de esta frontera indefinida que me abre una y otra vez a la posiblidad de ser, con toda la carne y todos los huesos en esta hora de sal. Me gustan las curvas virulentas que trazan mis extremidades. No hago contacto con la cabeza y el torso porque hoy no me quiero empanar de arena ni meter al mar. Pero cuando me derramo entera es sabroso, a pesar de todos los machos que me hostigan. Pronto quiero escribir más de ellos. Me sorprende lo mucho que pude manifestarme sin llenarme de arena y mojarme demasiado. No he vuelto a cagar sangre desde la última vez que escribí.
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P. P. P.Ahora: cada día tiene su pie forzado, lo importante es seguir, sin forzar demasiado Archives
November 2022
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