domingo 30 de septiembre 2018
no sé si dejar las fechas… las sujeto como boyas en mi melodra-mar, en los momentos más bajos me creo que son lo único que tengo definitivas, limitadas, únicas se llenan de aire al deletrearlas devuelven naúfragas a la costa perdonan el tiempo que pasamos a la deriva hacen de la cotidianidad un altar cuando el mar escupe ecos de ciclón no hay quien se meta aunque bajo tanta turbulencia haya siempre algo de quietud el fondo quedaría casi intacto sino fuese por aquellas bestias saladas que se deshacen al nadar y se dejan caer la nieve marina existe y cae no muy lejos de aquí *lo que hice fueron push-ups *en El Escambrón, Kirk no nos dejaba nadar
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Disciplinada al fin llego a la playa con el taco en la garganta y el mono trepaó. Nada nuevo, los mismos demonios. Abro mi sábana como de costumbre pero en vez de estirar un rato sobre ella me voy directo a la orilla que hoy casi no existe; hay un oleaje descomunal. La espuma se extiende por toda playa. Pronto me arropa y me dejo arrastrar, hasta que me doy cuenta que la ola también se empezó a llevar mis cosas. Logré recuperarlas y las tendí sobre un muro del Parque del Indio para que secaran.
Un deambulante se levantó de su siesta y meó sin discreción sobre la duna que recién restauró un grupo ambiental. Dos gringos me preguntaron si el oleaje siempre era así de fuerte. Quería decirles que sí para que se asustaran y no regresaran. Pero no todos los gringos tienen malas intenciones. Y no quiero ser tan xenofóbica ni nacionalista. Y solo porque hablan inglés no quiere decir que son gringos. Fui bastante seca pero creo que controlé exitosamente mis impulsos territoriales. Luego me preguntaron si daba clases de yoga. -“No.” Pero sí, tienen razón, hay algo de yoga en mi práctica. Me siento a escribir, como muchxs, sin saber dónde desembocarán estas palabras, porque lo más que necesito es sentirlas fluir. Pero como temía, no fluyen. Caen de gota en gota sobre la página sin mojarla. Se depositan más como polvo que como agua. Temo que el viento se las llevará muy pronto.
Recuerdo cuando el ritual de escribir y moverme diariamente en la orilla del mar me ayudaba a salir paso a paso de un hoyo muy oscuro, lleno de inercia y llantos. Podría diagnosticarse como depresión. La traté además con sicoterapia y antidepresivos que por suerte podía pagar. Logré sentirme mejor y eventualmente lo dejé todo: las pepas, el baile, los versos y las visitas a la sicóloga. Y aquí me encuentro nuevamente, en un hoyo muy familiar. Es por eso que invoco a las mismas deidades de la danza y recurro al mismo templo de la escritura. Decidí repetir el mismo experimento poético antes de volver a empeparme y pagar por oídos profesionales. |
P. P. P.Ahora: cada día tiene su pie forzado, lo importante es seguir, sin forzar demasiado Archives
November 2022
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