viernes 29 de marzo 2019
Soñé que escribí esto varias veces ya. Lo escribí de mil maneras para encontrarlo. Ya se había dicho antes con más agilidad y precisión, la de un rebaño de calamares mudos. Cuando apareció me di cuenta que era de musgo y que ese musgo se tomaba muy enserio el asunto de crecer, siempre en la cara norte de si mismo. No supe que quería decir hasta que lo vi, enterrado de mil maneras en el tronco de cada árbol que sembramos. Se acerca la palabra que detonará la aurora. Sabemos que es una palabra y no dos. Y que le teme a la luz y padece de insomnio. ¿Sabías que hay palabras que no duermen? Las que son de musgo. El musgo no duerme. Y cree que está diciendo algo pero está sólo, creciendo en silencio entre los grillos. Ellos me entienden. Se supone que me entiendan, pero no lo sabremos. Tú me entiendes y me abrazas aunque no sepas muy bien por qué. Yo no te puedo devolver el abrazo. Tendría que ser más larga la cuerda floja que nos une. Hay criaturas que la quieren andar y saben caer mejor que nosotoros. A veces resisten el trayecto y cobran vida en forma de piedra. Se adhieren al suelo y se desgastan con él. Es un suelo desgastado este que pisamos. Casi no es suelo. La lluvia no percola. Lo abraza y se lo lleva al mar. No hace falta buscarle sentido a la ruta. Falta trazarla y no pisar con mucha fuerza, que se despierta el musgo y nos espanta las palabras. Así no podemos vivir. Una estampida de palabras te puede matar si no te sales del medio a tiempo. Falta otra ruta. Otro cauce para que las palabras no acaben con el paisaje. Lo podemos recorrer acompañados. Nuestros versos no tienen que rimar. Hay espacio para la rabia en la mochila. Trae el amolador que a veces el camino se llena de caña y debemos continuar y chuparnos el espesor cuando sea posible.
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P. P. P.Ahora: cada día tiene su pie forzado, lo importante es seguir, sin forzar demasiado Archives
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